Recuerdo tener más de cuarenta grados de fiebre, temblar, empezar a ver insectos entre mis sábanas, entrar en la bañera helada y empezar a gritar del contraste que me quebraba los sentidos.
Entonces salía y me ponía de pie en la esterilla del baño y sentía el agua rodar por mi cuerpo, era el único momento del día que sentía el alivio de la fiebre que me retenía entre cuatro paredes semana tras semana.
Años después, desde hace unos días, sólo de esta forma logro sentirme bien, me ducho con agua templada, un poco fría y salgo, me quedo desnuda sobre la esterilla fucsia del baño rojo y espero a que el agua se evapore, entonces siento el sosiego del descenso, al menos momentáneo, de unos grados de temperatura.
Días febriles e interminables.
lunes, 11 de mayo de 2009
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