miércoles, 3 de junio de 2009

Estaba sentada en uno de los muros laterales de la mezquita.
Mi destino estaba a menos de cien metros pero era una hora incorrecta la de mi llegada.
Así pues, estaba sentada en uno de los muros laterales de la mezquita.

Tenía entre mis manos el libro, y leía, ante la mirada de los transeúntes, o más bien, de los turistas perdidos en las calles judías, leía estando sentada en uno de los muros laterales de la mezquita.

Corretear por los versos, saltar entre las comas, adivinar los diálogos, inventar los paisajes que aún no conozco, dibujar los edificios que no han sido creados todavía, a todo ello me entregaba, sentada, sí, allí, en uno de los muros laterales de la mezquita, cuando ha empezado a soplar un viento agradecido que revolvía mi pelo y los lazos de mi camiseta sobre los hombros desnudos a causa de éste.

Y me he desplazado en el espacio, a cientos de kilómetros de allí, de ese muro lateral, a ese café, en una plaza desconocida, y la brisa era del mar, y tu estabas vestido de lino blanco y yo llevaba un vestido cruzado en la espalda, las mesas del bar estaban puestas como todas las mesas de bar de las cafeterías de París, pero no era París.

Deseo que llegue mañana para poder volver a desplazarme otra vez, y ver si sigues allí, en las páginas de mi libro. Para ver si llegas de nuevo con el aire, con un rostro que desconozco, con un cuerpo que jamás he visto.

Porque ya lo he olvidado.
Porque nunca lo he conocido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario