domingo, 7 de junio de 2009

Ahí está, no acostumbra a madrugar pues desdibuja las estelas de la noche como oficio.
Yo me escapo cuando la escucho rendirse al sofá incómodo que le presto en el tejado de una casa que ya no me pertenece.
Parece algo inalcanzable, pero ahí está, translúcida y borrosa tras el cristal, respira pausada, tranquila, sonríe. A un metro de mí sonríe, no hay nadie más, los fantasmas aún duermen.
Me sonríe.
Y yo empiezo a derretirme, un proceso de catarsis de mi consciente que libera el deseo impuro de abordar la estancia, profanar las sábanas y venerarla como a una musa suicida y efímera.
Sin embargo ella permanece, no es otro de mis espectros, quisiera acariciarla más allá de mis pupilas pero me aterra que se desvanezca o se convierta en vulgar, así que tras observar por penúltima vez su pecho indeciso, su pelo disgregado y su boca inflamada me despido de sus sueños con un beso en su mejilla imaginaria, construida y delimitada por mí.

Un día más, un día menos.



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