miércoles, 29 de agosto de 2012

"...y Ulises llegó a Ítaca"

Les había costado mucho tiempo organizarlo todo. Había que convencer a los acompañantes, hacerlos creer que todo era casual, espontáneo. Él había sido asiduo, había mujeres que aún danzaban entre las salas, rozándose con las cortinas que separaban las unas de las otras, dejándose azotar o besuquear por sucedáneos a la espera de que él volviera algún día. Era imposible encontrarlo en la ciudad, a la desnudez de las calles llenas y la luz del Sol, a cara descubierta; pero en los suburbios de la oscuridad, entre aquel raso, las infinitas paredes contra las que deseaban ser aprisionadas y engalonado tan sólo con su piel aún tersa, su vello abundante y su mirada debajo de aquel antifaz, era muy fácil de reconocer, ellas lo conocían, de espaldas, tumbado, a oscuras, reconocían su sexo, su voz, la forma en la que el sudor le recorría la espalda y la frente mientras follaba. Allí estaban, esperando. Fue demasiado fácil conseguir los cuatro pases cuando él dio su pseudónimo, Ulises. Sophie, la cincuentona en conserva al otro lado del teléfono sonrió y se alegró de la vuelta de éste. Ulises hizo su reserva y las dos a nombre de Ítaca. Sin duda era una forma nefasta de desvelar toda la trama, pero era el fin, así estaba escrito..."y Ulises llegó a Ítaca..."

Era jueves por la noche.
Ítaca no sabía qué debía llevar cuando la ocasión obligaba a no llevar nada así que dedicó parte de sus tardes previas a depilarse a fondo y buscar dos antifaces negros, el suyo atado a lazo, de raso, negro. Recogió a su acompañante, era el capricho que su pareja le permitía, después de tantos años ella había decidido dar el paso de cruzar la línea y proponer nuevas experiencias en el sexo, del cual seguían disfrutando, era la única posibilidad de acercarse a Ulises sin que directamente supusiese un cargo de conciencia posterior.

Ulises no podía evitar su nerviosismo, había invitado a una antigua compañera de batallas en decúbito, mientras tomaban algo en la barra ella iba devorando a los jóvenes que pasaban, se dejaba acariciar, deseaba dejarse llevar, él esperaba, la puerta llevaba veinte minutos sin abrirse y los nervios lo consumían, entonces Sophie salió de una de las mil puertas ocultas tras las telas y lo saludó poniendo su mano sobre su polla, semiinconsciente, nerviosa, confusa. Decidió dejarse llevar por ella, no estaba seguro de que Ítaca fuese capaz de aparecer allí y él iba a acabar muy mal en ese estado de ansiedad, además Sophie sabía lo que se hacía y la acompañante de Ulises había abierto los ojos como platos sabiendo lo que les esperaba a partir de entonces a ambos, una habitación con Sophie y sus súbditos, una habitación inaccesible, desde la que se podía observar el resto de habitaciones y salas del local, acristalado y a la vez invisible para el resto.

Sophie había conseguido que la polla de Ulises se erigiera y la esperara ansiosa de los labios de ésta, mientras su acompañante empezaba a jugar con dos chicos selectos, dispares, bizarros pero desconcertantemente excitantes, no habría que volverse a preocupar por la compañera con suerte en toda la noche.

Mientras tanto la puerta se había vuelto a abrir, dando a una barra vacía, Ítaca se desabrochó la gabardina y se quedó desnuda, a excepción de unos tacones y su máscara, su compañero había empezado a excitarse en el taxi, en donde Ítaca le acariciaba sobre los pantalones mientras le contaba todas las posibilidades que podía ofrecerle esa noche, ese lugar. Sin que ella lo supiera Ulises había empezado a jugar con su "poder" y se había ocupado de alguna u otra forma de que su eterno rival, aquel que poseía a Ítaca, pasara una noche inolvidable, en parte intentando que él la olvidara, en vano, sabía, siempre querría volver a ella. Pero al menos esta noche, no sería así.

Al pasar a la primera sala se encontraron con un sofá que ocupaba toda la pared de la misma, sin interrupción, había parejas de todos los estilos sentadas, pequeños grupos, bebían, hablaban, empezaban a tocarse entre ellos y otros directamente ya estaban penetrando la boca de la mujer del hombrecito con el que había hablado de póker hacía un instante. No importaba nada. Decidieron seguir a la siguiente, en la que numerosos muebles y artilugios invitaban cual parque de atracciones a su disfrute, entonces Ítaca se dio cuenta de la distribución del lugar, en ambas salas se disponía una gran cristalera en la zona izquierda y justo cuando miró fijamente un escalofrío la recorrió, Ulises, detrás del cristal acababa de verla. 

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